Las mujeres de la Colombia Rural Posconflicto le exigen a los desmovilizados de las FARC arrepentimiento, verdad y que pidan perdón, para así materializar un posconflicto real.
En los conflictos armados las mujeres siempre llevan la peor parte. Y las colombianas que habitan en zonas rurales históricamente atravesadas por la guerra no han sido la excepción a la regla. Ellas se encuentran en una situación mucho más vulnerable que las mujeres del resto de Colombia. Tienen, en promedio, dos años menos de estudio. Reciben menores ingresos que el resto de las ciudadanas del país. Aproximadamente, 8 de cada 10 mujeres reciben menos del salario mínimo, mientras que, en Colombia, en su totalidad, solo 6 de cada 10 mujeres tienen este mismo nivel de ingresos. Las mujeres en estos municipios dependen económicamente de su pareja. Lo que muestra que la guerra ha facilitado la persistencia de una configuración social tradicional en estas regiones, donde a ellas se les asignan las labores domésticas y a los hombres, las actividades económicas.
A eso se suma que no solo deben poner los muertos y los heridos que una confrontación armada deja. Entregan obligadas a sus esposos, hijos y nietos, sin la certeza de volverlos a ver. Y, como si no fuera suficiente, sus propios cuerpos se convierten en territorio de esa disputa y en botín de guerra codiciado por uno y otro bando.
Por estas y otras cientos de razones, para las mujeres de la Colombia Rural Posconflicto la apuesta por la paz no hay que ponerla en duda. Todo lo contario, el posconflicto y la construcción de paz no dan más espera. El 49.9% de las mujeres de estas zonas del país apoya el Acuerdo de Paz con las FARC, un respaldo mayor que el que las mujeres del resto del país manifestaron en 2016 (37.7%).
Pero, así como los consideran una urgencia, también creen que es imperativo que se hagan bien. Por eso, lo primero para ellas es el arrepentimiento de los victimarios. “Porque si se arrepienten así, de verdad y, por ejemplo, dicen sinceramente: ‘ya no lo vamos a volver a hacer. Lo hicimos por alguna situación que nosotros vivimos o porque alguien o algo nos hizo cometer esto para tomarnos justicia propia’, entonces, de pronto, se les puede perdonar”, expresa Carolina*, habitante del municipio de Puerto Libertador.
Mientras ese arrepentimiento se materializa, ellas muestran mayores reservas frente a lo pactado entre el Gobierno Nacional y el grupo guerrillero. Solo el 10.4% de estas mujeres está de acuerdo con la participación política de las FARC y solo el 9.5% confía en ellas, un porcentaje menor al que expresan los hombres (5.3%) de esas mismas regiones del país.
“Es muy difícil perdonar y reconciliarse con ellos cuando hemos sido afectados tan directamente por sus acciones. Ellos no nos devolverán a los familiares que se fueron, pero sí realmente pagan penas de cárcel por sus crímenes, se puede abrir una puerta para pensar en el perdón y en una verdadera reconciliación”, sostiene Josefina*, ama de casa de San Vicente del Caguán.
Algunas otras voces de las mujeres de estas regiones están más abiertas al dialogo. Yineth*, quien trabaja en oficios varios en El Charco, considera que “no se pueden juzgar a todos de la misma manera. Muchos de ellos fueron reclutados a la fuerza. Estuvieron obligados allá. Hay que ponerse en sus zapatos y entender que no lo hicieron porque querían. Creo que con las mujeres el proceso de aceptación es más fácil, porque nosotras somos mucho más sensibles y, a los niños, por ejemplo, no los podemos juzgar y castigar por los errores de sus padres”.
Quizá por argumentos como el de Yineth, un alto porcentaje (62.1%) de las mujeres de la Colombia Rural Posconflicto ve posible el perdón y la reconciliación con las FARC. Este es un porcentaje más alto que el registrado en 2015, en estas mismas zonas, cuando no superó el 45.7%. Pero insisten en que se debe saber todo lo que realmente ocurrió en las décadas de guerra. Sandra*, habitante y ama de casa de Chaparral dice que “la verdad es necesaria para esa reconciliación. Y esa verdad consiste en que digan sus crímenes y cuenten por qué lo hicieron. Así entenderemos si fue su voluntad, si los jefes los obligaban y si podemos arreglar parte de los daños causados”.
Las mujeres de estas regiones del país sientan su voz cuando el 71.7% de ellas dice no tener problemas con que un desmovilizado sea su vecino, pero solo el 32% de ellas aprueba que su hijo sea amigo de un desmovilizado de las FARC. “Uno no sabe qué trae esa gente de allá donde se la pasaban en guerra. Es mejor que primero solucionen todos sus problemas y, luego sí creen nuevos lazos de amistad”, concluye Josefina.
*Nombres cambiados por seguridad.